lunes, 5 de diciembre de 2011

El hombre del cinturón de cuerina

Los héroes, esos que enceguecen refulgentes detrás de las marquesinas de los cines o recatan vidas encerrados en algún recuadro de historieta, rara vez se componen con rasgos de descuido. Son más bien héroes de caminar resplandeciente, mandíbula batiente, peinado ergonómico y hombros rebosantes de espíritu. Hay algunos, quizás los mas recientes, con algún rasgo descuidado. Estos tienen, cuando mucho, una barba de 3 días prolijamente acomodada que intenta hacerlos mas humanos. Pero por lo general, brillan estoicos, sin el polvo de las contradicciones embarrandoles la cara. 
Parecieran nunca dudar ante el más mínimo peligro. Se lanzan marcándole la z del zorro al desafío y vencen a sus enemigos sin que por un segundo se les despeine la mirada.
Pero no hay héroes de capa y espada caminando por Corrientes y Florida. Ni en las plazas o los bares. No abundan los Supermanes. Hay, eso si, Clark Kents en enormes cantidades.

En alguna calle irresuelta, en algún rincón perdido de un paisaje argentino que a veces encuentra sus parecidos con el far west, Está el.
El es un héroe. No de historieta, ni de película. Pero un héroe. Hace no mucho tiempo era uno más de los humanos. Hace no mucho tiempo era apenas un hombre de ojos quebradizos, con muchos kilos y varios años abrazándole su cinto de cuerina. Con unas cuantas decepciones prolijamente acomodadas junto a la Bic azul y la calculadora de bolsillo, únicas armas para combatir la injusticia de un balance negativo que le desacomode el tedio de sus jueves al mediodía. No había archienemigos, ni kriptonita. Solo una mochila algo gastada y un gusto seco, amargo en su saliva, que se le patinaba por las comisuras. Sabia de sus idas de pasivo viaje en colectivo. Sabia de sus vueltas, a veces de a pie, para refrescarse un poco el alma. Sabia de eso… y poco mas.
Se había acomodado en ese rincón de la oficina, que no le daba otra cosa más que sustento y sueño. Se dedicaba entonces a esperar. Esperar algún feriado, huelga o franco, que le permitiera un poco mas de siesta. Un poco menos de escarnio.
A veces, solo a veces, se permitía, como un lujo veraniego, una vuelta en taxi algunos viernes. Pero no para ahorrar tiempo. No, tampoco para tener asiento. Simplemente porque el aire de los viernes es distinto, es un aire florido, de atardecer brillante. Pleno de incertidumbre y eléctricos sonidos que le llenaban de vida la sangre. Entonces le pedía al tachero bajar la ventanilla, asomaba la cabeza y se dejaba despeinar.
Su cuerpo no tardaría mucho más tiempo en cobrarle la quietud.
Un día, vaya uno a saber cuando, se despertó temblando. El temblor no se apagó. Se fue empeorando. No podía ni siquiera agarrar firmemente su taza de desayuno. Respiraba una y mil veces para escribir con su Bic el balance de los jueves. Comía a escondidas de los compañeros de trabajo. Por las noches pasaba horas mirandose las manos. Rogaba por un segundo de calma, de quietud. De entereza.
El médico le diagnosticó Parkinson.
El, obediente, escuchó las instrucciones correspondientes, y silencioso, se fue del consultorio, con pasos temblorosos y pesados.
Caminó, entonces. Caminó por las calles de Belgrano, hasta que Belgrano se hizo Palermo y Palermo se hizo Almagro. Llegó a su casa. No la vió. Siguió caminando. Quería hacerse amigo de ese aire eléctrico de viernes. Corrió entonces. Corrió hasta que las piernas se le vencieron. Siguió corriendo. 
Ese lunes no fue al trabajo. El martes su escritorio lo siguió esperando.

La leyenda cuenta que él, el hombre de la Bic en el bolsillo, el cinturón de cuerina, los años y los kilos, gastó sus ahorros de tantos años de quietud, en una moto que lo lleva sin rumbo por las rutas y los caminos. La mano le tiembla y el se aferra con mas fuerza al manubrio. El viento lo despeina y es siempre viernes.
El es un héroe. No de historieta. Ni de Película. Pero un héroe. Y es que con tanto enmascarado rescatando inocentes desde las marquesinas, el hombre del cinturón de cuerina ha decidido la máxima epopeya. Rescatar su propia vida. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Haga la prueba, sea espontaneo...