viernes, 5 de agosto de 2011

De camisas cerradas y puños zurcidos

Sus hombros anidan en su espalda. Estridentes. Sus dedos finos, de escarcha sumisa, picotean el teclado, pidiendo permiso.

El dice "perdón". Dice "gracias".

No le hace caso a la moda, fetiche del inconformismo, que dicta que al mundo hay que pisotearlo para que el camino nos lleve en andas.

No se resigna a hartarse, ni a endurecer la mirada. Mantiene, detrás de sus envidriadas gafas, los ojos de un nene que mira confundido los ombligos de los grandes que no bajan la mirada.

Esto, a los gordos hombres de ceño fruncido, les molesta, se atragantan. Les hace ruido. Quizás vean en el algo de aquello que alguna vez llamaron a retiro. Una lágrima envuelta en un agrio sonido, carraspeo... sordina y a presagiar el olvido.
Quizás sea que el miedo a ser miedosos les de miedo de si mismos.

Yo, desde mis ojos testigos... simplemente lo admiro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Haga la prueba, sea espontaneo...