Sus hombros anidan en su espalda. Estridentes. Sus dedos finos, de escarcha sumisa, picotean el teclado, pidiendo permiso.
El dice "perdón". Dice "gracias".
No le hace caso a la moda, fetiche del inconformismo, que dicta que al mundo hay que pisotearlo para que el camino nos lleve en andas.
No se resigna a hartarse, ni a endurecer la mirada. Mantiene, detrás de sus envidriadas gafas, los ojos de un nene que mira confundido los ombligos de los grandes que no bajan la mirada.
Esto, a los gordos hombres de ceño fruncido, les molesta, se atragantan. Les hace ruido. Quizás vean en el algo de aquello que alguna vez llamaron a retiro. Una lágrima envuelta en un agrio sonido, carraspeo... sordina y a presagiar el olvido.
Quizás sea que el miedo a ser miedosos les de miedo de si mismos.
Yo, desde mis ojos testigos... simplemente lo admiro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Haga la prueba, sea espontaneo...