lunes, 22 de octubre de 2012

Aferrarse a la vida


Hay un hombre en el pasaje San Ignacio.
Un hombre manso, con los ojos astillados por el tiempo.
Ojos verdes, como en descanso, y un par de anteojos envolviendo sus lamentos.
Lleva consigo una bolsa de mercado.
Retazos, papeletas, diarios viejos.
Los reparte como trozos de pasado a los pasantes que lo miran con recelo.

Hay un hombre por la calle Carlos Calvo.
Calvo, como la calle misma.
De hombros hundidos,un par de llagas, y un rubor turbio maquillando sus mejillas.
Ha adoptado la costumbre de abstenerse al sosegado paso de los días.
Se dedica con recelo a resolver el misterio de su colección:
Fotos antiguas.
Trata de encontrar en Buenos Aires, el rincón oculto en la sombra del retrato.
Lo encuentre o no,
encuentra vida.

Hay momentos en los que el paso de los años nos vacía.
Nos deja huecos. añejos. Tocados.
Amamantados por la hiel de la desidia.
Entonces pende de un hilo muy delgado
cada hora, cada beso, cada día.

Cuando el hueco que deja el calendario,
nos derrumba, nos segrega, nos domina...
Solo una meta...
por efímera que sea...
solo un objeto, por pequeño que se vea...

Es suficiente.

Entonces valen los secretos.
Entonces huele el mediodía.
Sangran los sonetos...
Bailan los almuerzos...
Cantan de alegría.

Solo una meta...
Solo un objeto...

Salvan tu vida.