viernes, 29 de abril de 2011

Desandar el camino

En modesto homenaje al Negro Dolina


Dicese que en el porteño barrio de Parque Chas, las calles suelen encontrarse consigo mismas. Rotondas perpetuas que en un espiral huracanado, absorben y obnubilan a todo aquel que ose caminarlas. Uno puede pasear por estas cuadras desesperanzadas y llegar a la esquina de Londres y Londres... así también si camina por la calle Berlín. En algún momento, Berlín se cruzará consigo misma.

Con esa esperanza comenzó un día Danilo a caminar en circulos. Entrando por Marsella, se sumergió en la rotonda Berlinesca, con la idea fija de reencontrarse consigo mismo. De advertirle a su pasado para que no cometa las equivocaciones que el cometió. Salvarse así de las garras crueles de mas de una mujer que lo había atravesado. Aconsejaría Danilo a su pasado, dejar el trabajo. Dedicarse a pintar, como siempre quiso. Se advertiría a sí mismo de aquellos amigos que en realidad el tiempo demostró que no lo eran tanto. 
Perpetuó entonces Danilo, sus pasos en las baldosas agrietadas hasta mezclarse entre las diagonales. Sus huesos se hundieron hasta soldarse mientras el sonido apagado de las estaciones le peinaba la mirada. Arrastró su cuerpo de hombre aprisionado entre el diluvio otoñal y el arácnido verano. No tardaron los vecinos en transformarlo en una mas de las leyendas del barrio. Conoció Danilo, uso y horario de cada uno de los habitantes de Parque Chas. Caminó en círculos, con la esperanza ciega de deshacer su historia hasta el comienzo. Para luego rehacerla, claro está.

Cayó en la cuenta, luego de un tiempo de camino circulado, que el amanecer, empezó a atardecerse. Vió a la luna rehacerse hasta mostrar su cara oscura. Así también, maravillado, sintió al suelo llover, empapando sus talones, y a las gotas subir, hasta embarazar las nubes. Los trotadores gimnastas de la mañana, daban sus zancadas en franco retroceso. El viento succionaba, empujando sus pasos en silencio. 

Finalmente una mañana ( o una tarde, quien sabe) a lo lejos, bordeando la esquina de Berlín y Berlín, se encontró Danilo con su Danilo pasado. Se acercó. 
Danilo pretérito, lo miró con el respeto que los ancianos se merecen.

Danilo caminante, sin pensarlo demasiado, le dijo... 

No mires nunca para atrás.

Y así, Danilo, nunca volvió a Parque Chas.

Y sino entendió lo escrito...

lunes, 25 de abril de 2011

Sonata del silencio

En este mundo ungido en la sordina. Envuelto en un piano ausente que aúlla su melancolía mientras los transeúntes se despejan los problemas de la frente. En este pasillo de ruidos ajenos, de súplica inútil, de proyectos erguidos a fuerza de contraer las venas...

Solo el silencio se sincera ante tanto pudor arremetido.
Es el silencio, ese déspota amigo que acecha en las faldas de los desconocidos...
El silencio diletante, bañado en pasado, patinado en el frío de todo lo dicho.

El silencio.
Esa invitación constante al impulso desmedido, a la carne sumisa por el sudor comedido.

El silencio.
Su desafío.

Su envoltura cobriza, que regala pretéritos a los desconfíos
y caminos vacíos...
Los tuyos...
Los míos.

Los de todos los que callan, no por temor u obediencia, sino por perderle la paciencia a la forma pre hecha. A las frases que acechan el confort del abrigo.

Por tu silencio, que me llena de letras que no tienen ruido.
Por el mio, que regala invitaciones, suicidios, camas desechas.

Por el misterio que es la brecha de todos los silencios que la calle nos deja...

Yo brindo.


Y sino entendió lo escrito... solo deje por un rato que el silencio sea su sonido...

viernes, 22 de abril de 2011

Enredadera de oraciones (Sobre el rocío y un Abril)

El, recién despierto, enredaba sus pies ajados por el áspero velo de sus sabanas. 
Las sabanas arropaban solo a sus pies, fríos, de soledad y de mañana de Abril.
La mañana lucía una luz azul.
La luz, apagada por el día nublado, se filtraba entre los filetes de la persiana.
La persiana estaba oxidada por las lluvias constantes que pueblan al otoño de rocío.
Rocío tocó el timbre y aceleró el comienzo de su mañana, sin siquiera darle tiempo a el de cepillarse los dientes.
Los dientes de Rocío chocaron abruptamente con los suyos en un beso brusco, de improviso, que no tenía la habitual frescura del cariño tibio que se profesaban entre vinos y cafés de trasnoche.
El café en el bar se demoraba y ella jugueteaba con el mantel.
El mantel fue violentamente profanado por el mozo que les ofreció la carta.
La carta que Rocío le había dedicado en su primer cumpleaños decía que lo amaba.
 - ¿Me amas?-  preguntó el, jugueteando con el café y la cuchara.
Acucharados los dos, enredados entre piernas, vientres y olor a miel, solían llorarse su devoción, noche a noche.
La noche llegó y el seguía en el café, llorando por Rocío.
El rocío seguía jugueteando en la ventana, mientras la noche de Abril cantaba un tango de húmeda despedida cruel.

El, recién despierto, al día siguiente, miraba sus pies, que ya no se le enredaban.

Y si no entendió lo escrito...    

lunes, 18 de abril de 2011

Peleando conmigo

Lo que falta es esa pausa para pensar en lo que viene.
Lo que falta es esa hora en donde nada alcanza.
Lo que acusa es el llanto que sostiene
el grito de dolor que no se lanza.

Me repito en el río,
me desarmo en medianoches.
Me rearmo, me suicido,
me extingo entre reproches.
Me sostengo.
Me acaricio.
Me enamoro.
No es lo mismo.
Y camino por mi casa,
y vomito homicidio,
y sonrio y no alcanza.
y me extingo al abismo.

Lanzas,
amarras,
amigos,
horas,
señuelos vencidos.
Piedras,
rincones salados,
van cantando su historia
entre los tejados.
Y aunque las oraciones a veces no alcanzan,
voy haciéndome danza para los dejados. 

El susurro de un buen vino.
las almohadas que se mecen,
la caricia de las charlas,
la rutina del vecino,
van contando en mi guitarra
la canción de mis aullidos.

Y entonces presiento: 
el tiempo es cobarde,
pero en su fuego arden,
con tiempo, 
las penas.

Y del desamor nace 
también 
un romance.
Con los callejones,
la niebla y mis rejas.

Peleo con mi destino
de perpetuo desencanto.
Un olor, un sonido,
que me gusta tanto,
que a veces me canso...


de mi mismo.


miércoles, 13 de abril de 2011

Que la tormenta nos moje

El flaco se sentó en la esquina. Palpitó un cigarrillo. Lo prendió. Peinó el humo con sus llagas.
El cielo tronaba y desde lejos relampagueaba su ironía y su tormenta. Una tormenta pesada, de verano confundido. De noche agónica.

Cayeron pidiendo permiso las primeras gotas.

El flaco cubrió el cigarrillo y haciendo "cuevita" siguió fumando como si nada. La gente se apresuraba a dispersarse. La calle misma era una huida cobarde.

Llovió mas fuerte.

El flaco, sentado sobre el borde del cordón, miró llover y no hizo nada. Ni correrse a buscar guarida ni dejarse llover. Sentía como la lluvia lo esquivaba. Lo omitía. El permanecía seco, mientras el asfalto desbordaba.

Su pelo, estoico. Su camisa, impoluta. Su nariz, inocente.

Diluviaba.

Los desagües desbordaban. El asfalto lentamente, desapareció del horizonte. Solo agua. Agua en la calle y en la vereda. Agua entrando por los kioscos, las farmacias. Agua entrando en los palier de edificios de expensas altas y en las puertas descascaradas de las casas chorizo. Agua arruinando peinados, fundiendo motores de autos mal estacionados. Agua corriendo maquillajes.

Agua.

El flaco, nada.

Bocas desesperadas tragando el aire a bocanadas. Manotazos de ahogado mientras el mar se hacía uno con la calle. Camiones enterrados por la marea. Muebles desbordando por las ventanas. Oficinas vomitando computadoras y legajos, diarios desechos, basura reptando entre la corriente. Agua colándose entre los techos y los lechos, jugando a las cataratas entre las terrazas.

El flaco,
hombre submarino, 
permanecía estoico, pero seco.
Dió sus últimas pitadas al cigarrillo y lo apagó contra el filo de la vereda sumergida.
Miró entonces cara a cara al océano profundo que desguazaba las calles de su barrio.

Tuvo unas ganas terribles de gritar.

Lo hizo.

Se ahogó.

Y sino entendió lo escrito...  

lunes, 11 de abril de 2011

Canción de cuna

Madre hace crecer las hojas pero las hojas caen en el estío.
Madre canta canción de cuna pero la cuna va vistiéndose de olvido.
Madre gasta sus ojos.
Sus caderas se vencen,
vicia su aire,
marchita su aire.
Madre enferma.
Niña arde.
Niña arde sola.
Teme al viento.
Pasa las horas, soñando cuentos...
pintando tomates.
Niña llora abrazos distantes.

Niña es madre ahora.
Sus manos ajadas abrazan cobardes.
Niña tocaba el piano.
El piano es leña agresora.
El Do, el Fá....
Callan la aurora.

Niña es madre ahora.
Madre niña...
Madre enferma.
Caen sus hojas.

El viento sopla afuera.
Los vidrios transpiran rocío.
El cielo tiñe su olvido,
Madre danza sus retazos.
Prisionera del tiempo y sus lazos,
atada a su cuna captora.

La abrazo.
Ya es hora.

Y sino entendió lo escrito...

viernes, 8 de abril de 2011

Abulia

Te pido que me avergüences, que rompas las recetas y me mires con tus labios y me apuntes con tus ojos y no mientas.
No me pidas que sonría, no me mientas. Desnudame y paladeá mi pecho franco, abierto como un naufrago o cerrado como un relicario, no importa. No mintamos.
No me pongo colorado, sigo acá, tristemente acostumbrado a tu caricia de ocasión. Sigo acá. Acallandome los gritos para no interrumpirte el almuerzo. Vomitame el almuerzo en la cara. Reite de mi gesto parco. No me pongo colorado.
¿No ves como arden mis clavijas, suplicando arrastrarte hasta algún descampado hasta subirte la pollera y empatarle al mediodía? No. No me ves.

¿Y yo? ¿Me veo? ¿Que hago?

Yo acá estoy, disimulando. Jugando el juego de la camisa planchada y el horario. Acá estoy. Untándole veneno al calendario.

Y vos ahí, acostumbrada... y yo acá, agarrotado.

Quisiera cantarte una serenata,
o escupir colores verdes y arruinar manzanas de un solo bocado.

Y vos ahí agarrotada... y yo acá, acostumbrado.

Que poco tiempo le queda a nuestra mañana. Que poco tiempo. Que mal usado.

Y sino entendió lo escrito...

lunes, 4 de abril de 2011

Asesinato

Tus ojos gélidos se tropiezan con el abismo mientras el frío acero de mi daga te atraviesa el vientre.
Te miro fijo: Asegurando que mi fuego sea tu último testigo.
Hundo mas el puñal hasta dejar respirar su punta por tu espalda. No brota sangre todavía pero ya estás paralizada.
Con mi otra mano te ciño la mandíbula.
 La fuerzo casi hasta quebrarla.
Atesoro tus últimos sonidos, marea de súplicas, insultos, pedidos de auxilio.
Entrego a su suerte el cuchillo, irremediablemente hecho uno con tu abdomen.
Te beso la frente.
Suelto tu cara.
Te miro.
Nada.
Inerte.
Presa todavía del pánico y la sorpresa,
 pero sin sangre en tu vientre.
Entonces te tomo por el cuello y mientras mi navaja todavía te atraviesa, empujo con mis yemas el aire que galopa tímido entre tu pecho y tus fuelles.
Nada.
Sin sangre.
Sin muerte.
Te golpeo hasta astillarme.
te mancillo hasta olvidarme...
Nada.
No hay suerte.

Agitado, te miro. Con mi puñal atravesado, con mis dedos enmarcados...
Parada... de frente.

Te reís.
Finalmente te reís, soltando una carcajada purpura que burbujea en mi camisa, bañada en sangre.
Mi sangre.

Voy soltando mis últimos suspiros a la parca medianoche...
Tus ojos gélidos atraviesan con frío destino de acero, mi vientre que derrama mi linaje.

Y mientras voy dejando ocre en los mosaicos,
recuerdo una verdad tan simple como el abecedario.

Solo puede morir quien ha vivido.
Solo puede sangrar, el que fue herido.

Eso es estar vivo.
Dignarse a ensuciar el piso con la propia sangre.
Lo demás muere, pero solo en el olvido.
Lo demás... es para cobardes.

 Y sino entendió lo escrito...

viernes, 1 de abril de 2011

Desayuno

El café besó los bordes de la taza apátrida y jugueteó con los filos de la leche que espumaba la mañana.
El miró por la ventana mientras se bebía de a sorbos a sí mismo.
Suspiró.
Dio vueltas apagadas sobre las hojas del diario.
Jugó a leerlo.
Ensayó un lector ensimismado.
Bebió otro trago de café, mientras la conversación de los extraños se le escurría entre los labios.
Otro trago.
Se bebió sus opiniones.

Mojó entonces la medialuna, que amigada entre la espuma y el bocado, goteó manchas de café por sobre el mantel pulido y claro.

Lo miraban. Se sentía observado.
Podía casi adivinar con las cejas como esos ojos flechaban su desgano.
Arqueó sus uñas.
Apretó sus dientes contra el paladar y murmuró algo.

Tenía que pagar, dejar propina y huir de ahí. Tenía que escapar del bar aquel antes que esos ojos terminaran por matarlo.
Si seguía sentado en esa mesa, el venenoso testigo de su desayuno iba a terminar por intoxicarlo.

En un rápido gesto y sin mirar pidió la cuenta, suplicando que la moza haya visto su reclamo.

Cerró el diario.

Su mirada clavada en el mantel.
Sus ojos, cegados por el pánico.

Sintió tres pasos hacia el.

En un descuido alzó la vista.

Lo miré...

Siendo su autor, su dios y su asesino,
eché a los testigos del bar aquel, y reescribí para el preso un vino
que apoyé sobre el mantel.
Con mis letras pagué la cuenta y seguí mi camino,
dejando al desayunante solo...
Con  el eco de mi tinta punzando sus latidos.

Y sino entendió lo escrito