En modesto homenaje al Negro Dolina
Con esa esperanza comenzó un día Danilo a caminar en circulos. Entrando por Marsella, se sumergió en la rotonda Berlinesca, con la idea fija de reencontrarse consigo mismo. De advertirle a su pasado para que no cometa las equivocaciones que el cometió. Salvarse así de las garras crueles de mas de una mujer que lo había atravesado. Aconsejaría Danilo a su pasado, dejar el trabajo. Dedicarse a pintar, como siempre quiso. Se advertiría a sí mismo de aquellos amigos que en realidad el tiempo demostró que no lo eran tanto.
Perpetuó entonces Danilo, sus pasos en las baldosas agrietadas hasta mezclarse entre las diagonales. Sus huesos se hundieron hasta soldarse mientras el sonido apagado de las estaciones le peinaba la mirada. Arrastró su cuerpo de hombre aprisionado entre el diluvio otoñal y el arácnido verano. No tardaron los vecinos en transformarlo en una mas de las leyendas del barrio. Conoció Danilo, uso y horario de cada uno de los habitantes de Parque Chas. Caminó en círculos, con la esperanza ciega de deshacer su historia hasta el comienzo. Para luego rehacerla, claro está.
Cayó en la cuenta, luego de un tiempo de camino circulado, que el amanecer, empezó a atardecerse. Vió a la luna rehacerse hasta mostrar su cara oscura. Así también, maravillado, sintió al suelo llover, empapando sus talones, y a las gotas subir, hasta embarazar las nubes. Los trotadores gimnastas de la mañana, daban sus zancadas en franco retroceso. El viento succionaba, empujando sus pasos en silencio.
Finalmente una mañana ( o una tarde, quien sabe) a lo lejos, bordeando la esquina de Berlín y Berlín, se encontró Danilo con su Danilo pasado. Se acercó.
Danilo pretérito, lo miró con el respeto que los ancianos se merecen.
Danilo caminante, sin pensarlo demasiado, le dijo...
No mires nunca para atrás.